Ya he vuelto de esta intensa aventura en Marruecos; había estado dos veces, anteriormente, en Tánger, pero los rincones visitados en esta escapada han sido los encargados de demostrarme lo bonito que es Marruecos, de introducirme de lleno en sus culturas repletas de contrastes, aromas, colores y otras sensaciones que inundarían todos mis sentidos … y es que parece mentira, que tan cerca, nos encontremos gente de tan lejos, culturas tan antiguas, construcciones que parecen sacadas de un cuento …
Antes de narraros mis aventuras vividas, he de decir que, llevando la contraria a muchas opiniones leídas en diferentes foros, en las tres veces que he estado en Marruecos, no me he encontrado con ningún peligro (está claro que hay que extremar las precauciones), no ha habido ningún malentendido con nadie, no he tenido que sobornar a nadie, no me han robado nada, y no me he topado con nadie que no mostrara cierta amabilidad hacia el visitante; es cierto que los falsos guías y vendedores pueden resultar pesados en ocasiones, pero más allá de Tánger o Marrakech la sensación de agobio desaparece.
Aclarado esto, empiezo con el relato del viaje: nuestra aventura comenzaría en Fez, centro cultural e histórico del país (de hecho, hubiera sido la capital en algún momento de la historia). En Fez, se encuentra el conjunto peatonal más grande del mundo; por supuesto, me estoy refiriendo a la antigua medina que constaría de tres áreas bien diferenciadas: el barrio de los andalusíes, el barrio de los kairuaníes, y el barrio de los meriníes.. Actualmente, se divide en la zona nueva (al sur de la estación de tren), Fez El Jedid (zona amurallada más antigua, fruto de la unión almorávide del barrio andalusí y el kairuaní), y Fez El-Bali (la gran medina, declarada Patrimonio de la Humanidad). Pasear por su medina, ya es toda una aventura y un reto para el visitante con prisa; aún así, hay que destacar ciertos lugares de parada obligatoria, como la zona amurallada, el Palacio Real, el antiguo barrio judío (Mellah), las Tumbas Meriníes (y sus vistas panorámicas), y como no, el escondidísimo zoco de los curtidores. En los alrededores de la estación, es muy fácil encontrar alojamientos muy económicos, y por un euro, un taxi te acerca hasta la puerta de la medina.
La siguiente parada, era la cercana Meknès, muy bien comunicada por tren desde Fez. Meknès fue importante desde que Mulay Ismail trasladara aquí la capital desde Fez, construyendo una preciosa Villa Imperial al lado de la antigua medina; aunque fue fundada hace más de diez siglos, lo que actualmente vemos de dicha medina, fue obra de los almorávides. En esta población menos turística (menos agobios, sin vendedores, sin falsos guías, más barata, …), os recomiendo que visitéis la gran puerta de la medina, la Gran Mezquita (en el centro de la medina), la Villa Imperial (con los restos del palacio y el gran estanque), y el Mausoleo de Mulay Ismail.
Continuamos hacia Rabat, capital del país, y también muy bien comunicada por tren y autobús. Fe fundada en el siglo XII, por los almohades, alrededor de un ribat (monasterio fortificado), y d ahí su nombre. Después de ver varias medinas, ésta no os va a sorprender demasiado; lo que sí que os recomiendo es que veáis las murallas (10 minutos andando desde la estación, hacia la izquierda), la mezquita (10 minutos andando desde la estación, hacia la derecha), el Palacio Real y la Torre de Hassan (15 minutos desde la estación, andando de frente). Del Palacio Real únicamente se pueden visitar los jardines, ya que sigue en uso por el actual rey. Sin embargo, si tenéis poco tiempo, os recomiendo que vayáis primero a la Torre Hassan (antiguo alminar de la mezquita, que sin duda os recordará a la Giralda de Sevilla, ya que fueron construidos en la misma época), y al Mausoleo de Mohamed V, que alberga las tumbas de Hassan II y su hermano Mulay Abdellah.
Siguiendo con las ciudades bien comunicadas por tren, llegamos a Casablanca (se puede llegar a Casa Port, en el puerto, o Casa Voyageurs, en el centro moderno); se trata de una ciudad moderna, llena de contrastes, y gran variedad de gentes, pero sin apenas algún atractivo turístico, exceptuando su majestuosa Mezquita de Hassan II, la más grande del mundo tras la Meca. Si váis andando desde la estación del puerto hasta la Mezquita, por el paseo marítimo, casi al final, os encontraréis con el mítico Rick’s Café, regentado por una estadounidense, que se ha encargado de que al entrar, te sientas como en una escena de la famosa película.
Tras coger un vuelo interno (muy puntuales y económicos), y esperar varias horas para que nos dieran el coche de alquiler, nos dirigíamos ahora al Sahara, concretamente a un campo de dunas en Merzouga, cercano a la frontera argelina. La ida, la haríamos por la ruta norte, viendo así, las Gargantas del Daddes (formaciones rocosas impresionantes), el Valle de las Rosas (enormes cultivos de rosas para perfumes y cremas), Tinerhir y las Gargantas del Todra (las más conocidas de Marruecos; grandes desfiladeros con alguna casa excavada en la matriz rocosa, entre los que discurren pequeños cursos de agua cristalina procedente del deshielo del cercano Atlas). Llegaríamos finalmente a Erfoud, cuyos alrededores están asentados en las dunas más altas de Marruecos, y a partir de aquí, siguiendo varias pistas y caminos de tierra, nos topamos con nuestro alojamiento, una construcción en forma de kashba tradicional en las mismas dunas … impresionante … había luna llena, y la silueta azulada de las dunas más altas, era un regalo para nuestra vista.
Con la amabilidad que les caracteriza, los encargados del hotel, nos hicieron la cena, pese a llegar tardísimo; nos trataron de maravilla, y una vez saciadas nuestra hambre y sed, salimos con el encargado a la zona de la piscina … tras algunas explicaciones, historias y chistes, subimos a descansar, no sin antes hacer multitud de fotos hacia todos los lados … era increíble estar allí.
Nos levantamos a las cinco menos cuarto para ver amanecer en el desierto, y valió la pena: pronto nuestro sueño se vio camuflado con la magia de lugar; era impresionante el juego de luces y sombras acompañado con el contraste cromático que nos ofrecían los diminutos granos de cuarzo de las arenas, en función de la posición del sol. Nada de lo que os cuente, ninguna foto, ni ninguna guía, se aproximarán a la increíble realidad que se palpa al verlo con vuestros propios ojos.
Tras un delicioso desayuno y unos baños en la piscina, nos fuimos a Merzouga, la Puerta del Desierto, para luego continuar hacia Ouarzazate, esta vez por la ruta sur. Además del arco de acceso al desierto, en Merzourga, podéis ver el lago salado, la gran duna, multitud de puestos con rosas del desierto espectaculares, y lo que resulta más impresionante, lo pintoresco de sus aldeas tradicionales. A medio camino entre Merzouga y el precioso valle del Draa, paramos a hacer algunas fotos y a buscar fósiles; el sitio es ideal para ello; hay cientos de fósiles marinos pertenecientes a unos bichitos que hoy en día llamaríamos calamares.
Después de cruzar varios Regs (desiertos de piedras negruzcas, debidos a la erosión del viento, que elimina la fracción fina, dejando a la vista sólo los elementos más duros), llegamos al Valle del Draa, entre Zagora y Agdz, donde, entre multitud de palmerales, podemos contemplar cientos de kashbas y otras edificaciones de barro, en ruinas.
Al fin, llegamos a Ouarzazate, el llamado Hollywood de Marruecos, y pronto descubriríamos por qué. Nos dimos un baño en la helada piscina, y tras una compensación térmica con una relajante ducha de agua caliente, fuimos viendo algunas de las edificaciones más importantes de la ciudad, así como otros decorados artificiales, que nos recordaban igualmente a multitud de películas (Sahara, La joya del Nilo, Gladiator, …); vimos, incluso, que había un Museo del Cine, pero era tarde, y nos fuimos a cenar; vimos la impresionante kashba Taourirt, y planeamos levantarnos algo antes al día siguiente, para poder entrar al Museo del Cine.
Tras algunas cervezas en el bar, que además ofrecía música en vivo, nos fuimos a dormir para levantarnos prontito. Así fue, a las ocho de la mañana, después de un increíble desayuno, ya estábamos en el Museo del Cine. Impacta mucho, ver cómo la magia de algunas escenas de tantas películas termina donde se aprecia que las columnas o los templos están hechos de cartón-piedra. Si os gusta el cine, la verdad, es que merece la pena entrar; además, se conservan algunas cámaras antiguas y otros objetos de la historia del cine en la región.
A continuación, partimos hacia Aït ben Haddou, una kashba espectacular; quizás la más conocida e impresionante; sin duda alguna, a mí la que más me ha gustado. Es una inmensa fortificación de barro, en la que apenas viven ya sus gentes, y que poco a poco se ha ido restaurando con fondos de la UNESCO. Se accede por un riachuelo que baja de las montañas (en dromedario o mojándose los pies, a gusto del bolsillo de cada uno), y luego por la izquierda o por la derecha, ya que la puerta central tan sólo es un decorado de cine (La joya del Nilo).
Después de un par de vueltas por la zona, panorámicas desde el punto más alto, y aprovisionamiento de líquidos, continuamos hacia el imponente Alto Atlas, una enorme cordillera que recorre todo el Norte de África, alcanzando su punto más alto en Marruecos (pico J’bel Toukbal, de 4167 metros). Además de los bellos paisajes caracterizados por los contrastes entre las cumbres más altas y las laderas más bajas, os recomiendo que os detengáis en alguno de los típicos pueblecillos que encontraréis a ambos lados de la carretera; parecen sacados de un documental. Para los amantes de los minerales (sobre todo geodas), éste es el punto: cientos de puestos y vendedores ambulantes inundan los pseudo-arcenes de la tortuosa carretera, mostrando sus coloridas piedras.
Cuando la influencia climática de la montaña deja de notarse, y empieza a hacer mucho calor, estaremos a escasos kilómetros de Marrakech, la última de nuestras paradas. Fundada en el siglo XI por los almorávides, ha sido muchas veces capital del imperio marroquí, y de ahí su nombre. De Marrakech, os recomiendo visitar las tumbas saudíes (cementerio de la dinastía saudí), las murallas (más de 19 kilómetros), puertas, medina, palmeral, y la recientemente inaugurada estación de tren; después de tanto andar, iros a cenar a la mítica Plaza Jemâ’ El F’na; no es cara, y para nada es peligrosa, aunque a veces te puedas sentir acosado por los comerciantes; nosotros cenamos en el puesto SIMO, y os aseguro que si elegís dicho puesto para cenar, no os váis a arrepentir; llena de charlatanes, graciosos e embaucadores camareros es un lugar dónde pasaréis una divertida velada.
Para completar el viaje, dormiríamos en un Riad (casa o palacete antiguo, reformado y convertido en hotel sencillo, que también os recomiendo, mucho antes que cualquier hotel de lujo) típico, donde el trato fue más que familiar. Desayunamos, y cogimos una amplia gama de vuelos que nos traería a casa de la forma más barata posible …