Aunque me ha costado mucho, he conseguido volver; eso sí, con una gripe tremenda, ya que todo ha sido un cúmulo de irregularidades e imprevistos. Como no, para empezar, retrasaron hasta el infinito y más allá, el avión de Iberia que tenía que tomar desde Madrid a Ginebra, lo cual me llevó a hacer noche en el aeropuerto (-11 ºC, y nevando); cuando el servicio de transportes públicos comenzó a primera hora de la mañana, me dispuse a tomar un tren al centro, pasear un rato por el lago, y llegar a otra estación, donde un tren me permitiría la conexión con Saint-Gervais; pues bien, el paseo por el lago se convirtió en una auténtica maratón para escapar de la granizada que empezó a caer; horarios que no encajaban con los de Internet, estaciones fuera de servicio, trenes que no pasaban … Al final, conseguí un tren hasta Saint-Gervais, gracias a la amabilidad de un vagabundo (que me ayudó a llegar al tren), y al revisor francés, que comprendió mi situación. El tren en cuestión tenía la calefacción tan alta, como para secar en la medida de lo posible toda la ropa (lo iba a necesitar); finalmente, logré llegar a St.-Gervais-les-Bains, un pueblecito francés situado en la Región de Ródano-Alpes; el paisaje empezaba a ser precioso, tanto, que la sensación de frío parecía desaparecer de mi empapado cuerpo; no hay mucho que hacer en este pueblo, más que deleitarse con los preciosos paisajes y panorámicas del Mont Blanc (en días despejados), que nos ofrece.
Por eso, éste no era mi objetivo final, sino que usaría dicho municipio para cambiar de tren y coger uno que recorriese el valle de Chamonix (vayáis desde donde vayáis, ya sea desde la parte francesa, suiza o italiana, comprar siempre un billete total, y si lo podéis comprar de ida y vuelta, mejor, ya que la cantidad que os ahorráis es considerable). Por fin en Chamonix, el día semidespejado, la ropa semiseca y no estaba nevando ni lloviendo; así que, tomé una buena colección de fotos desde la Plaza de la Estación (todo me llamaba la atención; todo era precioso; era un intenso contraste de colores salpicando la accidentada orografía que mi cámara intentaba recoger desde cualquier rincón del pueblo), y me decidí a bajar por la Avenida Michel Croz (la calle principal, y la más comercial) hasta la Plaza de la Iglesia, dónde parece que mi cámara tomó vida otra vez, bajando nuevamente la capacidad de la tarjeta de memoria; allí está la Iglesia de St Michel, y hay una oficina de turismo en la que hablan varios idiomas, entre ellos el español. De forma paralela al río, continué mis andanzas por la Rue du Dr. Paccard hasta Chamonix Sur, de donde sale el teleférico a l’Aiguille du Midi (preguntar siempre si hay visibilidad arriba, si no, es un poco tontería subir, ya que el billete vale 42 €). Luego volví por la Route Blanche hasta la otra estación, la de Montenvers; de ahí sale el tren cremallera (uno de los tres únicos que quedan en Francia) hasta el Glaciar Mer de Glace (uno de los mayores de Europa); a la hora de comprar la entrada, está incluido el viaje de ida y vuelta, el telecabina al glaciar, la entrada a la cueva, la Gruta de los Cristales, el Museo de Fauna Alpina, y el hotel; si váis en invierno y por la mañana, os dirán que la Cueva y el Telecabina están cerrados, y que os dejan la entrada más barata; en parte es mentira; aguantar arriba hasta las 12:30, y el Telecabina empieza a funcionar, y se abre la Cueva (como los operarios no saben en qué momento compraste la entrada, ya que todas son iguales, podéis utilizar estos servicios de forma gratuita).
Un par de horas arriba, mogollón de fotos, una nevada impresionante, y una fiebre que empezaba a asustarme, hicieron que pensara en el descenso hasta Chamonix; así fue, bajé, y mi sorpresa es que Chamonix ya era otra; estaba todo más nevado aún (seguía nevando), pero estaba todo cubierto; ya no se veía tan bien como a primeras horas de la mañana (que acierto fué tomar aquellas maravillosas fotografías nada más llegar), pero seguía siendo precioso, y conservando ese encanto especial …
Ahora quedaba deshacer lo andado y conseguir volver a Ginebra; la combinación de transportes no parecía fácil, ya que era Fin de Año; y así fue, me cancelaron un autobús, y me las tuve que ingeniar para tomar otro reservado a excursiones turísticas; mi estado de salud, cada vez era peor, pero bueno, tras otros múltiples retrasos, conseguimos llegar a Berna, la moderna capital, pero que aún conserva los encantos de un pueblo medieval; aunque Berna puede resultar bastante grande, la parte verdaderamente interesante, se encuentra en el Casco Histórico, edificado en el meandro del río Aare.
Nota: A la hora de comprar billetes para largos recorridos, comprarlos por Internet de 3 a 0 días antes, ya que ofrecen suculentos descuentos; debéis intentar, también, comprar el billete para un día, sin que marque la hora, ya que así podréis utilizar el tren sin prisas por los horarios; de igual forma, también es recomendable comprar los billetes completos, es decir, aunque estén compuestos de varios tramos, comprar el billete de origen a destino, ya que saldrá mucho más barato. También tenéis la posibilidad de añadir a vuestro billete, por unos pocos francos más, el desplazamiento durante la estancia en origen y/o destino en todos los medios de transporte. Por último, deciros, que para salir del Aeropuerto de Ginebra, en la sala de recogida de equipaje, existe una máquina que te "vende" billetes gratis válidos para toda Ginebra por 80′, y teniendo en cuenta que el tren sólo tarda 6′ al centro, vale la pena.
Lo que estaba contando; que lo interesante de Berna, es el casco histórico. Empezáis desde la Estación Central, viendo la iglesia de Heiliggeist, y bajáis por la calle MarktGasse, que junto con las que vienen a continuación, constituyen una de las avenidas comerciales más grandes de Europa; a la altura de la Plaza Bähren, si giráis a izquierda y/o derecha, podréis ver el Parlamento (Bundeshaus), y/o el Kafigturm; seguís bajando, y algo antes de llegar a la mitad de vuestro recorrido, os encontraréis con la puerta del famosísimo reloj de Berna (Zytglogge); a la derecha, hay varias iglesias, y podréis tomar unas maravillosas panorámicas desde el Puente de Kornhauss. Continuáis bajando, y a mitad de la calle, está la Casa de Einstein; si váis a la izquierda y/o derecha, podéis ver la Catedral de Berna y/o la preciosa plaza de Munster. Si seguís bajando unos 10 minutillos, llegaréis al Puente Nydegg, desde donde las vistas con todos los tejados nevados, son preciosas. Al cruzar el puente, os topáis con la fosa de los osos, símbolo indiscutible de esta preciosa ciudad. También, contaros, que si váis en verano, es muy interesante coger el funicular de Marzili (el más corto del mundo), para subir aguas arriba, y luego dejaros llevar por la corriente del río en flotadores gigantes …
Volvimos a Ginebra, por Lausanne, rodeando el Lago Leman (el mayor, de Europa Occidental); desde la Estación Central, se puede bajar hacia el Casco Histórico directamente por la Rue del Mont Blanc, y cruzando el puente del mismo nombre, ya veremos la torres de la Catedral; desde el puente, también veréis el típico chorro en el lago. Todas las callejuelas que rodean a la Catedral, y todo el Casco Histórico, en general, es muy bonito; en un día despejado, desde la Catedral, se ve toda la ciudad, con los Alpes al fondo. Además, hay varias iglesias, puentes y parques, como el del Ajedrez, que no os podéis perder. Si tenéis tiempo, podéis ir hasta la Sede de la ONU, y ver la Avenida de las Banderas, y el famoso monumento de la Silla Rota.
De vuelta, como no, el caos se volvió a adueñar de un aeropuerto aparentemente muy sencillo; pero es que los retraso en Iberia cambiaban todos los planes de vuelo; incluso mi vuelo aparecía cancelado; suerte que nos mandaron un avión de Helsinki y pude regresar a casa, aunque unas horas más tarde de lo previsto … Ahora, creo que sólo puedo echar mano de los antibióticos, si quiero recuperarme para la próxima escapada: Portugal.