Han sido tan sólo dos días en este precioso pueblo medieval, perteneciente al Alto Pirineo de Huesca; una escapada breve, pero intensa; aunque no lo parezca, este pueblecillo de apenas 2000 habitantes, tiene mucho que ofrecer; y ya no sólo el pueblo en sí, sino el entorno, coronado por la majestuosa orografía condicionada por los cercanos Monte Perdido y Parque Nacional de Ordesa. Los hoteles son escasos y caros, pero este precioso paraje a tan sólo 40 kilómetros de la frontera francesa, merece la pena. Nosotros nos alojamos, a pié de la montaña, en lo alto de la cual, domina el precioso castillo medieval; en los alrededores del hotel, la confluencia de los ríos Cinca y Ara (ni se os ocurra bañaros, ya que abren y cierran las compuertas de las presas, y el agua sube un par de metros) con sus característicos valles, típicos de la geomorfología pirenáica; hacia el otro lado, y subiendo una costosa cuesta, se accede al gran portalón y patio de armas del Castillo, precedentes de la bellísima Plaza Mayor; además del conjunto histórico medieval, se puede disfrutar de unas increíbles vistas desde las murallas que rodean la Plaza.
Para reponer fuerzas, no hay problema, ya que tanto la calle que sube al Castillo, como los alrededores de la Plaza Mayor están repletos de bares y restaurantes, que por la noche se transforman en improvisados pubs; la calidad, tanto de los alimentos como de las bebidas, así como el precio, siguen siendo los propios de cualquier pueblo del Norte.
Os recomiendo también, que visitéis la Casa de Bielsa y la Iglesia de Santa María; y si os sobra tiempo, acercaros al Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido hacia el Norte, o a Huesca hacia el Sur; no os arrepentiréis. Hacia Ordesa, son preciosos los valles de influencia glaciar que se abren camino entre los grandes peñascos de calizas y dolomías tableadas, cubiertas por un acertado manto blanco de nieve.
Hacia Huesca, hay un monasterio cuyo nombre no recuerdo, pero que no tiene pérdida, ya que estaba indicado en todas las carreteras; además de la belleza del propio monasterio, son increíbles las vistas; más que increíbles, impresionantes. Ya sólo escuchar las anécdotas del guardián del monasterio, merece la pena. Huesca en sí, para mi gusto, no tiene mucho que ver, salvando la Catedral y alguna iglesia; eso sí, se come de maravilla.
La vuelta a Madrid, la hicimos por Zaragoza, aunque no tuvimos mucho tiempo para parar y verla bien; pero bueno, como ya la he visto en varias ocasiones, y la veré durante alguna parada-descanso de próximas escapadas, ya os narraré en otra bitácora, mis aventuras por la ciudad del Pilar.